Nuestra historia empezó con sensaciones fuertes. Nos conocimos en un viaje que recorría Islandia, descubriendo cuevas, volcanes y, si tenías suerte, auroras boreales. Era un viaje organizado con personas que bien podían ir solas o acompañadas. Tú y yo íbamos solos; pero nos encontramos.
Este viaje pasaba en el puente de diciembre, que coincide con mi cumpleaños, y fue un regalo que me hice a mí misma con ayuda de amigos y familiares. Siempre había querido hacerlo y por fin podía cogerme esos días de vacaciones.
Éramos once personas más los dos guías. Y los únicos que iban "sin nadie" éramos nosotros. Al principio, se notaba que era exactamente lo que queríamos, estar solos. Pero después nos miramos. No digo que fue una de esas miradas de películas en las que "oh, te das cuenta de todo". No.
Me refiero a que nos vimos. Nos vimos de verdad. No sólo mirábamos y pasábamos a través, sino que nos dimos cuenta que pasábamos a través de algo. Y ese algo era una persona.
Nos cogió por sorpresa, y volvíamos a mirar, para cerciorarnos que estábamos. Esa misma noche hablamos. Esa misma noche me besaste. Y supe que difícilmente podría besar a otra persona.
Yo vivía en Vigo y tú en Madrid y al llegar a nuestras respectivas casas nos dimos cuenta del problema que se presentaba ante nosotros. Yo tenía una empresa próspera en Vigo y tú igual, pero en Madrid. Iba a ser complicado seguir juntos en distintas ciudades, pero más complicado aún migrar.
Al cabo de un tiempo y muchas idas y venidas yo di el paso. Decidí que sí, el cambio profesional era enorme, pero que el cambio personal también valía la pena. Expandí mi empresa a Madrid y dejé a mi hermano a cargo en Vigo.
Menos mal, la nueva empresa en Madrid tuvo éxito y tú y yo también.
Pasado un año y nueve meses, mi hermano decidió que no quería, y cito: "vivir en tu sombra. Quiero buscar lo que de verdad me gusta". No había manera ni deseo de impedirlo pero cambiaron las cosas.
Tuve que ir y venir entre Vigo y Madrid para manejar ambas empresas hasta poder encontrar una solución más permanente. Esto empezó a envenenar nuestra relación y los besos se volvieron ligeramente amargos.
Una noche, estando yo a menos de 500 kilómetros de ti, me hundí. Salí a tomar el aire, me encontré con un vino e hice que me acompañara toda la noche. Entonces me miró Xavier. Y me hizo mirarle y mirarme.
Esa noche te fui infiel y seguí siéndolo cada vez que iba a Vigo. Lo seguí siendo incluso cuando Xavier se mudó a Madrid para estar conmigo. Lo fui hasta que de verdad ya no podía vivir con ello e inconscientemente hice que nos pillaras.
La pelea fue un desgarro. Las cosas no iban especialmente bien entre nosotros, incluso cuando pude dejar de ir a Vigo al haber encontrado una persona que se encargara allí de todo. Incluso en la misma ciudad, tú y yo ya no éramos. Y Xavier y yo empezábamos a ser. Y esa sensación de novedad y comienzo que añoraba en nosotros es lo que buscaba porque quería que volviera todo a ser como antes.
No te vi en más de dos años. Ese tiempo dio a romper con Xavier, vivir sola mucho tiempo y tener sólo amantes, buscando lo que tenía contigo sin encontrarlo. Era otra vez mi cumpleaños y esta vez fui a Finlandia. Para ver las auroras boreales. No las vi en Islandia y estaba cansada de verlas en fotografías.
Esta vez fui sólo para ver las auroras boreales y fui con una empresa que se especializaba en eso. De hecho, nos quedamos en un hotel que te daba como una alarma que sonaba si había una aurora boreal a la vista.
Las tres primeras noches no tuvimos suerte. Pero la cuarta, la alarma sonó y todos nos vestimos rápidamente para bajar lo antes posible y no perdernos ni un minuto más de la maravilla número uno que ofrece la Tierra.
Todos mirábamos al cielo sin bajar la mirada ni un segundo y sin cerrar la boca. Maravillados con la perfecta visión ante nosotros. Cuando se acabó (porque por desgracia, todo se acaba) todos entramos a calentarnos con un té.
Y ahí estabas tú. Quitándote los guantes y besando a otra mujer. Abrí la boca del susto y solté una de mis onomatopeyas características. La reconociste y me viste. Me fui a mi habitación y me eché una copa de vino.
Me fui a dormir e intenté olvidar haberte visto. El resto de los días los pasé el más tiempo posible fuera del hotel. Evitando a toda costa horarios normales de comida/cena.
Llegué a Madrid y me sumergí en trabajo. Pasaron unas semanas y mi mejor amigo, viendo que mi única relación era con mi ordenador, me llevó a la fuerza a una fiesta que había montado en su casa. Estuve toda la noche bebiendo tranquilamente en la terraza, hablando poco y disfrutando de las estrellas.
Apareciste tú. Podría haberme imaginado que mi amigo te invitaría. Siempre fue así de liante. Suspiré al verte. Hablamos banalidades y me despedí con una excusa que ambos sabíamos que era falsa.
Bajé las escaleras y viniste detrás de mí. Me miraste. Te miré. Nos vimos. Volvimos a empezar.
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