Tu presencia me atormenta. Más bien la falta de ella.
Tu esencia vuelve en mi memoria y me torturo intentando recordar tu cuerpo. No me es difícil, he soñado tantas veces con él...
Muchas son las noches que me despierto sobresaltada buscando tu calor a mi lado.
Dijimos que era mejor salir de la vida del otro, pero me es imposible respirar sin ti a mi lado. Mi mente se niega a olvidarte y aunque me haga sentirme viva, no es manera de vivir.
El otro día llovía. Salía de un bar con unos amigos. Cada uno se fue a su casa y yo decidí ir andando.
Me puse la música, me subí la capucha y el volumen al máximo.
La música guiaba mis pasos. Casi me atropella un coche y temblaba muchísimo. Pero no era por el frío ni por las gotas entre mi camiseta y mi piel, sino por esas notas de música que salían de mis cascos con tanta fuerza.
Si no conociese el estado frágil de mi cuerpo, me hubiese quedado toda la noche fuera en la lluvia. Echo de menos los días en los que lo podía hacer.
Aquel estado de ánimo perfecto en el que te encuentras en armonía con la situación, tu cuerpo, tu mente y lo que te rodea. Eso fue la otra noche.
Lo que últimamente faltaba en mi vida era la perfecta combinación de situación o estado de ánimo con música. Antes, recuerdo, me era relativamente fácil descubrir qué realmente quería escuchar.
Esa sensación de escuchar algo que traspasa la belleza, que realza los sentidos. Esa sensación de que la vida vivida así, vale la pena.
Sigo teniendo el King Of Limbs sin escuchar, cogiendo polvo. He tenido incluso que buscar cómo se llamaba el disco.
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