Una
 tarde de setiembre, ante la amenaza de una tormenta regresó a casa
 más temprano que de costumbre. Saludó a Rebeca en el comedor,
 amarró a los perros en el patio, colgó los conejos en la cocina
 para salarlos más tarde y fue al dormitorio a cambiarse de ropa.
 Rebeca declaró después que cuando su marido entró al dormitorio
 ella se encerró en el baño y no se dio cuenta de nada. Era una
 versión difícil de creer, pero no había otra más verosímil, y
 nadie pudo concebir un motivo para que Rebeca asesinara al hombre que
 le había hecho feliz. Ese fue tal vez el único misterio que nunca
 se esclareció en Macondo. Tan pronto como José Arcadio cerró la
 puerta del dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la
 casa. Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la
 sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes
 disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo
 por la Calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a
 la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los
 Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de
 visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por
 la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó
 por corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la
 silla de Amaranta que daba una lección de aritmética a Aureliano
 José, y se metió por el granero y apareció en la cocina donde
 Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.
-
 ¡Ave María Purísima! -gritó Úrsula.
«Pues si te curas, sobrevives, y si no te curas pues... más comida para los gusanillos.»
 
 
Pfff, a ver quién le quita luego al muerto el olor a pólvora.
Nunca me acostumbraré a setiembre en vez de septiembre.
Por cierto, en la versión original pone "Un hilo de sangre[...]" :P
Velasco, exacto ;)
Ouch! Ina, bien visto. ¡Fallo de teclado!