El otro día me compré una máquina de escribir. Una Erika modelo 100. Siempre quise tener una. Al igual que siempre quise tener un Mont Blanc.
Las máquinas de escribir para mí son desconocidas. Como muchos sabréis, mi edad pasa ligeramente de los 20, con lo cual no viví esos maravillosos años por los cuales os envidio.
Y yo sé que están de moda ahora y lo suyo es ir a un Starbucks comprarse un latte machiatto capuccino what's his face y ponerte a escribir allí mientras bebes sorbos lentamente. (Ya que te ha costado tanto, por lo menos que te dure). Pero yo no voy a hacer eso.
Los que me conocéis sabéis que no funciono por modas y que yo llevo camisas de cuadros que tienen más años que yo desde que tengo edad de ponerme camisas. Así que ¿qué voy a hacer yo con una máquina de escribir?
Pues inspirarme. Las máquinas de escribir tienen un aire a sacar las palabras de tu más profundo pensamiento; de ese letargo que niegas tener.
Es preciosa la máquina y es una pena que no coja bien el papel y que no pase bien a la línea. Lo cual es un engorro, la verdad y no sé qué hacer, el señor que me la vendió me ofrece devolverme el dinero y yo la máquina pero creo que prefiero enviar a repararla (dependiendo de cuánto me cueste eso, claro).
Si no me compensa repararla, le diré al señor que me devuelva el dinero y buscaré otra que funcione bien.
It's so beautiful it's a real shame it doesn't work properly. Although, my cat sort of hates it because of the noise it makes. She'll get used to it.